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P. Tarcisio Marin, mccj

 

Trujillo, Perú

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Publicada: 23-10-2013

 

Insistente perseverancia misionera

 

El sacerdote comboniano Tarcisio Marin nació el 25 de agosto de 1940 en Piove di Sacco, Italia. Desde Perú, lugar donde ahora realiza su ministerio, nos habla sobre su insistencia en ser misionero.

 

Entré a primer año de secundaria al seminario diocesano a los 12 años de edad; cuando tenía 16 años llegaron ahí dos misioneros, un javeriano y un comboniano, al verme atraído por el carisma misionero escribí una carta a los combonianos, pero el rector del seminario (que en ese entonces leía nuestra correspondencia) me dijo que «dejara eso». Mi director espiritual trató de convencerme para quedarme y por obediencia así lo hice. Me dijeron que al pasar al seminario mayor me concederían irme al instituto misionero; cuando llegó el momento me pidieron que asistiera al año de propedéutico diocesano, y así lo hice.

Después de ordenado sacerdote, Pío XII publicó su encíclica Fidei donum, por lo que insistí al obispo de mi diócesis partir para la misión. Él me pidió esperar unos años para hacer experiencia pastoral, y así lo hice; cuando llegó el momento me argumentó «que estaba preocupado por mi salud», la cual era buena. Un amigo sacerdote ya trabajaba en Ecuador con los padres josefinos y conseguí irme a ese país, en donde pasé once años. Cuando volví a Italia, el obispo me invitó a quedarme para fortalecer la relación con la Iglesia local. Llegado el momento, el obispo enfermó de cáncer y al año murió. El nuevo obispo, pidió que me quedara para compartir la experiencia Fidei donum, pero yo tenía el deseo de ser comboniano. Después de diez años en la diócesis, convencido de que el obispo me daría permiso, me despedí de la gente, pero resultó que no era así.

En ese tiempo, uno de mis compañeros sacerdotes en Ecuador volvió a Italia para ser operado, entonces me ofrecí a «dar una manita» en lo que convalecía; así estuve dos años más en esa nación sudamericana. Al regresar a Italia ayudé seis meses en una parroquia; entendí que mi obispo no estaba muy de acuerdo con que yo fuera comboniano, al intentar una vez más, ¡logré entrar al noviciado comboniano en octubre de 1996!, tenía 56 años. En 1997 hice una experiencia de misión en Togo durante 5 meses.

Al concluir la experiencia, fui destinado a Chorrillos, Perú, y luego al Centro de Animación Misionera en la capital de esta nación, donde estuve a cargo de la revista por seis años. En Arequipa estuve año y medio y luego me pidieron venir a Trujillo. Aquí acompaño a la gente que vive al margen de la parroquia y, junto con otro sacerdote, religiosas y laicos, ayudo en la pastoral penitenciaria. Me siento contento por la experiencia como diocesano, el obispo me decía: «vas a olvidarte de nosotros», pero no fue así, incluso su diócesis sigue donando muchos sacerdotes Fidei donum a la misión. También estoy muy contento de ser comboniano; pese a todo desde mi formación he tratado de vivir con espíritu misionero.

Invito a los presbíteros diocesanos que desean ir a misión que traten el asunto con Dios y con su guía espiritual; pidan, perseveren y traten de conseguirlo sin espíritu de rebelión, yo pensé que el Señor pedía quedarme, e insistí durante 41 años; cada mes le dejaba una carta al obispo hasta que lo conseguí. Alguna vez también mandé una carta al Papa.

Soy misionero, pero sigo amando mi Iglesia local, cuando voy de vacaciones, me reúno con otros compañeros sacerdotes, visito a los enfermos, y por el cariño que le tengo también hago animación misionera.

 

Por: Fernando DE LUCIO

 

 

Audio: Redacción

 

 

 

 

 

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